El Espíritu Santo, como la suprema sustancia de la alquimia Esenia, toma nuestra carne impura y hace de ella el Corpus Cristi
Los Tres Senderos y la Llave Maestra
El camino del Dharma
El camino del amor
El camino de la sabiduría
La Llave Maestra: La Vacuidad. - Desyoización. Individualidad - Unidad.
El Plan Divino y la energía de Primer Rayo
La energía de Primer Rayo en relación a su Propósito, Poder y Voluntad.
La Negatividad en relación a la comprensión del Plan y el Propósito subyacente. La Ley de Causa y Efecto.
Meditación y Reflexión: Muchos han pretendido controlar la Energía Universal sin lograrlo jamás. Da la impresión que este propósito esta unido a la energía del Demiurgo. Otros en cambio, han permitido que la Energía Universal actúe a través de ellos como los ángeles, por ejemplo. Es una relación exclusivamente de confianza sin soberbia.
Las características de la personalidad infundida por el Alma son básicamente tres tipos de energía puestas a disposición del yo individual o del grupo álmico, para su expresión en los tres mundos del esfuerzo humano. Estas energías en su estado libre son los potenciales del Plan Divino y en expresión son la manifestación de ese Plan en la vida e intereses de la humanidad.
La manifestación perfecta del Plan es obviamente el resultado de la apropiación de un potencial de energía Divina y su dirección hacia la apariencia de acuerdo a su intención o herencia Divina. Apropiarse de la energía por cualquier otra razón que no sea el amor puro, es un acto del hijo prodigo y conlleva retribución kármica, por así decirlo, por parte del mismo Plan.
El Plan Divino está siempre en manifestación, sin importar las apariencias externas. La manifestación puede estar en camino o ser ya perfecta, pero está siempre ahí, moviéndose tras las apariencias para restaurar el orden en el caos; trabajando a través de la apariencia hacia la Luz del Día. La no paz, la ignorancia, el karma y las leyes universales, por ejemplo, es el Plan Divino, en un devenir, porque ha de enseñar eventualmente al hombre el error de su caos interno, mientras que la unidad del mundo y la paz serían el Plan Divino en una fase de perfecta expresión. Sin embargo el Katra Cristico ya es una realidad en nosotros: Mi paz os dejo mi paz os doy. Automaestría, auto observación de la consciencia superior de las zonas sombra, para, meditando en silencio en ellas, transmutarlas en la luz, herencia divina.
La Energía Divina opera entonces de acuerdo a sus propias leyes, que son invocadas desde el momento en que se mueve del potencial a la expresión real. Cada energía está impresa con una Intención Divina, que cuando es egoicamente alterada, da por resultado la manifestación de un efecto negativo en la vida de un ser no consciente, lo que eventualmente le despertará a la necesidad de aprender el correcto uso de la energía espiritual. Esta fase del proceso evolutivo lo llamamos el sendero de la experiencia, porque procede mediante métodos de ensayo y error, con escaso esfuerzo consciente realizado hacia el desarrollo Espiritual.
La consciencia ascendida infundida por el Alma intenta sublimar el yo encarnacional de energía divina y dirigirle a la manifestación de su plan álmico de encarnación de acuerdo a su Intención Divina. Esta actividad la definimos como Servicio al Plan, y quienes están implicados en esta actividad se definen como discípulos ascendidos, cuyo ser esta por sobre las leyes de la manifestación y perciben ya las dinámicas universales, creando correspondencia y sincronía con el todo manifestado desde la pureza de su corazón y la manifestación consciente de la llama trina.
Existen muchas etapas de discipulado, desde el Discípulo Consciente hasta, y más allá, del discípulo ascendido trabajando en uno u otro de los ashrams Jerárquicos. El sendero de iniciación es realmente el sendero del discipulado que finalmente conduce al Cristo Trascendente.
Por favor, mantén los conceptos anteriores en mente a medida que procedemos con el estudio de las características que constituyen, para el discípulo, el ideal del Alma. A medida que visualices ese ideal con mayor claridad, esos conceptos tendrán un significado real para ti.
Cuando la energía de la Voluntad Divina impacta sobre la conciencia del principiante en el sendero, vemos que se manifiesta en su mente como la Voluntad al Bien. Este es el primer paso mayor que da en su reorientación al Alma. Su pequeña voluntad, que hasta ahora ha estado relacionada con los asuntos de la personalidad separada o individual, se alinea con la Voluntad de Dios a medida que piensa en términos de mejora de la humanidad. Así, el bien de los muchos se convierte en el impulso motivador detrás de toda su actividad naciendo el espíritu avatarico en el centro de su ser. Es llevado por este impulso a expresar buena voluntad hacia sus amigos, familiares y asociados, de manera que la hermandad se convierte para él en un aspecto divino en la naturaleza junto a todos sus reinos, incluyendo al reino angélico.
A medida que visualiza el ideal, ese ideal comienza a incluir el correcto uso de la energía de Voluntad. Comienza a pensar términos de los tres componentes del primer aspecto de la Deidad:
1. Propósito
2. Consciencia
3. Voluntad
Su voluntad se deriva entonces del Propósito y Consciencia de Dios. Comienza a vislumbrar un Propósito Divino (Intención) expresándose a través de cada situación que percibe manifestándose a su alrededor. Sabe que la presencia de Dios para manifestar lo bueno, lo verdadero y lo hermoso es inherente en ese propósito universal en cada ser, participando conscientemente en el. Se hace a si mismo receptivo a la Intención Divina (“no mi voluntad, Padre, sino la Tuya”) y por medio de su aceptación, invoca la presencia del espíritu de Dios a la manifestación.
De esta manera, el principiante en el sendero se convierte en el discípulo ascendido, y comienza a contribuir con sus energías a las fuerzas de Luz sobre el planeta. Sirve al Propósito divino detrás de toda manifestación.
Esto da por resultado una actitud muy diferente de la del reformador medio en el mundo. Más que intentar eliminar el llamado mal mediante inhibición, el discípulo consciente Invoca y Evoca el Propósito Divino en cualquier forma para manifestar lo bueno, lo verdadero y lo hermoso.
Una situación negativa deja de verse como algo que debe ser eliminado y comienza a percibirse como una oportunidad de transmutación y ascensión de los aspectos mas bajos del alma. Es vista como el resultado de la incorrecta utilización de la energía divina disponible, como ignorancia de la Intención Divina, y como tal se la reconoce como un vehículo de manifestación para el Plan Divino.
El Discípulo Ascendido materializa el Plan (ayuda a su manifestación), lo trae a la vida, lo manifiesta subiendo a su Devachan, y luego descendiendo a la materia y por ende el plano físico lo manifiesta en la Consciencialidad Terrestre (los tres reinos) reconociendo, al alma, su existencia en la forma, y evocando su apariencia bajo la Luz del Día.
El discípulo entonces contempla la enfermedad, el hambre, el egoísmo, el caos interior, el sufrimiento y cada acto negativo, como experiencias necesarias a través de las cuales va conociendo que la Voluntad de Dios se hace conocer a si misma. ¿De que otra manera puede llegar a conocer el hombre o el mundo de los hombres el Propósito Mayor?
Los males de los cuerpos se convierten en factores secundarios, importantes solo en el desenvolvimiento de los males de la conciencia corporal. El cuerpo no puede, no debe, ser curado para ocultar una conciencia emergente y Espiritualmente ignorante. En tales casos, la enfermedad va hacia al interior para surgir más tarde con mayor violencia y dolor. Tal erupción puede retrasarse por toda una encarnación, solo para traer de vuelta al Alma de nuevo a un vehículo inválido e invadido por el dolor para el que no existe cura conocida en la materia, cura que solo puede realizar el alma, al reintegrarse el yo encarnacional a la vida álmica.
¿Cómo podemos ser entonces ser Maestros de servicio en un mundo en el que el dolor prevalece de forma tan característica? ¿Cómo pueden la salud, la paz y la buena voluntad hacerse manifiestas en la vida y asuntos de la humanidad desde la consciencia esenia?
La respuesta no es tan difícil ni está tan escondida como podría parecer. Solo resta para los Discípulo Conscientes en el mundo convertirse en discípulos ascendidos, lograr esas actitudes que en su suma total constituyen el discipulado de ascensión divina.
Nos gusta pensar de nuestro Dios como un Padre amable y benevolente, pero no reconocemos aún la Sabiduría de sus caminos.
Si un hombre está enfermo, si el mundo está en guerra, reconozcamos un Propósito Divino detrás de esa condición. Que todo tiene un porque y un para que se nos ira revelando a nuestros ojos conscienciales. Aceptemos la enfermedad y el dolor como vehículos a través de los que a la conciencia implicada se le presenta una oportunidad de crecimiento Espiritual. Sirvamos haciéndonos receptivos a la Voluntad de Dios, al Propósito Divino en cualquier ocasión, evocándolas dentro del acontecimiento para crecer y florecer como una flor de Verdad. La belleza y fragancia de la flor disipará la enfermedad y las relaciones erróneas que se manifiestan entre hermanos.
En este punto me gustaría presentarles una técnica de servicio que puede ser utilizada por un Discípulo Consciente al discipulado con gran beneficio.
Cuando se te presente una condición de negatividad, tanto en tu propia vida como en la vida de tu hermano, lleva acabo la siguiente técnica:
A. Establece tu propio alineamiento con Automaestría y Auto Observación, detectando la consciencia ascendida de tu ser, las zonas inferas de tus yoes inferiores. Dicho trabajo ha de realizar en meditación silenciosa, profunda y honesta, sin justificar ningún acto que no sea del alma, como egoísmo, intolerancia, resentimiento y altanería. Y, como dones esenciales, debes mantenerte contemplando os tres aspectos de la Divinidad:
1. Tu alma
2. El Cristo
3. El Padre
B. Reconociendo que la condición manifiesta es un resultado de la expresión de la Ley y el Orden Divinos, hazte receptivo al Propósito Divino inherente a esa condición particular.
C. Después de reconocer ese Propósito, sea en detalle o en líneas generales, invócalo, desde cualquier limitación que sea su prisión, a la realidad manifiesta. Séllalo con un signo.
Contémplalo enraizarse en el aspecto conciencia, crecer allí y florecer como Verdad.
D. Luego, y solo luego, contempla la radiación de la Verdad disipando la oscuridad arrojada por la sombra de la ignorancia. Contempla esa Luz radiante emerger de la conciencia y brillar a través de la naturaleza de la forma transmutando como lo hace la forma exterior en un reflexión verdadera de la realidad interior.
E. Pronuncia las palabras:
“Que el Plan Divino manifieste ajuste Divino dentro de esta condición según la Ley y el Orden Divino.”
Entona el OM SHANTI SAT CHIDANANDA.
La Voluntad divina se manifiesta también como perseverancia, que es un valor necesario en la vida de cualquier discípulo. El principiante debe aprender a trabajar sin apreciar siempre resultados inmediatos en el mundo de la forma, y esto es a menudo difícil. El principiante es impaciente motivado desde su mente temporal, queriendo resultados rápidos en el control de las energías (tentación de Belial); ha sentido la visión y captado un poco del Plan Divino para la humanidad. Muy a menudo experimenta un sensación de urgencia, una necesidad de apresurarse. En su intento de manifestar el Plan según lo ha percibido, se encuentra con lo que parece un fracaso, no una, sino muchas veces. A menudo no se da cuenta de que no existe fracaso real, sino que el éxito está un paso más cerca de lo que parece como tal.
En su primer intento de servir, comete muchos errores y al contemplarlos, siente un cierto disgusto por si mismo, una inadecuación para responder a la necesidad de los tiempos. Olvida que durante todo este periodo de aprendizaje está siendo observado y ayudado cuando es posible. Pasará al final de este periodo de probación como un trabajador habilidoso, uno de los discípulos fiables y seguros sobre los que la Jerarquía construye su esperanza para la Humanidad.
Existe otro factor a considerar aquí, y es la ley de causa y efecto. La causa se origina en el mundo interior del pensamiento, y el efecto es la manifestación de ese pensamiento en la forma. Encontramos que cada situación es un efecto de un estado de conciencia, y para cambiar con éxito la situación, debemos trabajar con el aspecto conciencia que es la causa. Por lo tanto, el discípulo trabaja desde arriba hacia abajo. Extiende su conciencia al mundo de la mente y de las emociones así como al mundo de la forma. Ha sentido algo del Plan divino. Entonces trabaja para establecer un estado de conciencia en la esfera mental, una condición en la esfera emocional y actividad inteligente en la física.
Muy a menudo se producirá un periodo de aparente caos manifestándose en el mundo de la forma como resultado de sus esfuerzos, y el principiante a menudo se desalienta. El discípulo sabio se da cuenta de que a menudo el cambio se manifestará justo de esta manera según el karma se precipita y se ajusta. Continúa su trabajo, manteniendo la fuerza en la tranquila seguridad de su Alma de que todo está bien. Persevera hasta que la meta es alcanzada.
Durante la semana usa el siguiente pensamiento-semilla en tu ejercicio de meditación:
“Yo soy receptivo al Propósito, Poder y Voluntad de Dios, según desciende hasta mi desde mi Alma. Yo sirvo a ese Propósito, Acepto su Poder y cumplo la Voluntad de Dios.”
OM SHANTI SATCHIDANANDA.
NAMASTE
EJERCICIOS ESPIRITUALES IGNACIANOS
Cuando hacemos camino espiritual de seguimiento discipular del Alma Cristica, vamos aprendiendo a distinguir qué es lo que Dios mueve, qué es lo que surge de nuestra naturaleza, ordenada y a veces desordenada, qué viene del mal espíritu y qué del espíritu del mundo. Con una actitud de fidelidad adherimos a todo lo primero que es impulso de Dios en nuestro corazón y dejamos de lado todo lo segundo, lo que viene de la fuerza del mal, que impide el proyecto de Dios en nuestras vidas.
Consolación y desolación, los dos grandes movimientos interiores
Una de las primeras consideraciones para quien desea una vida espiritual es saber en qué estado se encuentra. Necesitamos tomar conciencia de nuestra realidad actual si queremos crecer espiritualmente, es decir, como Discípulos Crísticos. Ignacio de Loyola, observador perspicaz del mundo interior, describe en sus Ejercicios Espirituales la desolación y la consolación como los dos estados del alma humana en su itinerario espiritual en la encarnación.
Existen en nosotros dos experiencias muy fuertes en lo más profundo de nuestro ser si vivimos en sintonía con lo que nos ocurre, si no estamos dispersos, si no vivimos hacia fuera. Por un lado se da la consolación, que proviene del Buen Espíritu, por otra parte la desolación que se origina en el mal espíritu.
Ignacio pone primero, ante la desolación, la paciencia. Ni si quiera tener paciencia, sino estar en paciencia, que implica un estado. El desolado siente la ausencia de Dios que aparentemente se nos durmió en la barca o no nos escucha, por lo que estar en paciencia es importante. Después la humildad como arma, la tierra desconocida por el mal espíritu que es sobervio. Cuando frente a las dificultades, las desolaciones o pruebas, nos ponemos en autosufiencientes u orgullosos, entramos en el terreno de la sobervia donde el mal es más fuerte que nosotros.
La humildad se manifiesta en dos gestos. Primero en rezar: el humilde reza, en cambio el soberbio no reza porque supuestamente no necesita nada. Cuando uno está desolado, Ignacio recomienda rezar un poquito más, y “no sólo para resistir sino para vencer”. Uno ofrece esos 5 minutos de más, que parecen eternos, como ofrenda.
San Ignacio describe ambas, pero para la consolación es menos lo que dice. Sólo pone dos consejos para los consolados, indica sin embargo mucho más para los desolados a lo que describe como una oscuridad en el alma, turbación, atracción por cosas bajas y mundanas, inquietud por abundantes y variadas agitaciones y tentaciones que mueven a desconfianza, desesperación y fealdad. El alma se encuentra, cuando uno está desolado, toda floja, toda tibia, como separada de Dios, desolado, es decir, solo, alejado de Dios.
Cualquiera que se reconozca así mismo como una persona frágil, débil, pecadora, el saludable reconocimiento de esta realidad nos hace bien a la hora de darle rostro a nuestra real condición y desde ese lugar buscar en Dios, con paz, la manera de recorrer otros caminos.
Los síntomas de la desolación
El desolado tiende a encerrarse en sí mismo. Le cuesta amar, la caridad se le torna un suplicio, los demás pierden importancia, desaparecen de su corazón, la persona empieza a querer morderse la cola, girar sobre sí misma. Vienen de repente a la memoria odios, rencores, fracasos, tendencias a desvalorizarse, a no sentir el amor de Dios. Llama la atención como en la película El Rito, cómo el diablo, cuando habla en la boca de los que están poseídos por su espíritu, lo que hace es recordarle a los exorcizantes sus pecados del pasado, y trabaja sobre la culpa. Muy lejos está del Buen espíritu refregar sobre nosotros el pecado, no deja de mostrarlo. Pero cuando es el buen espíritu el que muestra el pecado la persona siente una reacción de ascensión de consciencia, el perdón de Dios y el intimo deseo de reparación dentro suyo que le hace salir de sí misma y ser misericordioso. Cuando es del mal espíritu nos viene el remordimiento más que una reacción ascendente de consciencia que nos haga salir de nosotros sino por el contrario, nos agita violentamente en la mente inflar y allí paraliza la emoción al centrarla individualista.
Las manifestaciones del mal espíritu
A las manifestaciones del mal espíritu las podemos clasificar en tres, por un lado duda y aflicción, por otro lado el manejo del tiempo y por último, el mal espíritu caricaturiza la memoria.
Si hay un modo en el que el mal espíritu trabaja y deja su huella en el corazón para apartarnos del camino del Discipulado Cristico es por el camino de la duda, del camino de la aflicción. Es propio del mal espíritu poner falta de paz con tristeza y desánimo, debilitamiento de la fe, esperanza, caridad, tristeza y soledad, dejar al alma toda como acurrucada y arrinconada, amordazada y atada, son como características propias con las que el mal espíritu busca atentar contra la vida de Dios en nosotros.
El mal espíritu además maneja los tiempos interiores. No el del reloj, sino los tiempos de la interioridad. Nos aparta del del tiempo de Dios en el presente, al ritmo en el que Dios conduce la historia. El mal espíritu lleva hacia el pasado tentando por la seducción con los pecados de antes y haciéndonos creer que no se podía vivir sin ellos, que siguen incidiendo en la vida presente, que de ahí nunca vamos a salir y en todo caso si hay un mal que hoy nos habita, tiene mucho que ver con los males que en otro tiempo nos habitaban y que seguimos enredados entre sus redes.
Al mismo tiempo el mal espíritu nos presenta el futuro con desesperanza y con miedo. Una forma de manejar el pasado de interferir sobre la lectura del pasado, es con los escrúpulos que torturan desde un pasado en desorden. Cuando uno ha pecado gravemente en el pasado y en delicadeza busca en el presente ser fiel a Dios y a sus designios, el mal espíritu tiene como este deseo de culpabilizarnos y de acusarnos y entonces escrupulosamente va generando en el corazón la mirada pecaminosa sobre realidades en donde no hay pecado.
Hacia el futuro el mal espíritu nos presenta los futuribles, es decir, nos presenta lo que vendrá diciéndonos que con aquello no podremos, nos presenta fantasmas de las posibilidades, nos presenta el peor escenario en forma hipotética o condicionales: si ocurriera tal cosa yo no podría, qué va a pasar cuando… cuando en realidad no sabemos si va a pasar. Estos futuribles generan un temor que no se puede resolver y por lo tanto mantiene a la persona con mucha angustia sobre esa fantasía o ese fantasma que el mal ha generado en nosotros.
Hemos visto como en el tiempo el mal espíritu tienta hacia el pasado y hacia el futuro cuando en realidad donde se juega la salvación es en el presente. Hoy es el día de la salvación, “hoy es el tiempo propicio” dice la Palabra. El mal espíritu ¿qué hace?, nos saca del aquí y el ahora, de la cotidianeidad, del compromiso simple y sencillo en lo laboral, en lo familiar, en lo apostólico, en la ciudadanía, por lo que nosotros podemos poner nuestro pequeño y gran granito de arena en el acontecer del hoy con la fidelidad a nuestra agenda discernida en Dios de cómo obrar y de cómo servir. No te apures en el andar que en el hoy se juega tu destino. No le hagas caso a lo que pasó cuando te lo muestren mal ni te preocupes por lo que vendrá que hoy comienza a construirse tu futuro.
Nosotros somos invitados, en el tiempo que corre, a detenernos, para vivirlo según el ritmo de Dios, que ni va rápido ni va lento, va y en su ir marca un ritmo que es constante, que es permanente, que no se detiene, que reconoce el cansancio nuestro y nos invita a reposar en él mientras sigue yendo.
El mal espíritu caricaturiza la memoria
El mal espíritu caricaturiza la memoria haciendo que las cosas aparezcan como enfatizando lo negativo de lo que aconteció y minimizándolo. En un momento de la película El Rito, Anthony Hopkins que es el actor principal y el exorcista adulto, le dice al aprendiz de exorcismo: Atención porque el mal es un farsante, un mentiroso, un embaucador. Está diciendo esto que queremos nosotros recalcar hoy en la denuncia a su modo de actuar. Busca enfatizar lo negativo deformándolo o minimizando lo que está mal también deformándolo. Para esto se vale de la mentira haciendo perder la memoria del corazón.
Cuando uno lee la Palabra, en las tentaciones de Jesús en el desierto uno se da cuenta que el mal espíritu usa la verdad pero la da vuelta, y miente con la verdad, cita la Palabra de Dios el mal espíritu, y en ese citar la Palabra de Dios, con una intencionalidad hiriente, busca sacarlo a Jesús del camino. En este trabajar sobre nosotros quiere oscurecer la memoria agradecida haciéndonos olvidar las gracias que hemos recibido en el pasado y entonces, cuando es así, quedamos a la deriva de la tentación, nos hace olvidar los afectos, las alegrías, la paz que han sido confirmatorios de la presencia de Dios en nuestra vida y viene con un espíritu ansioso para ir hacia delante sin rumbo, sin sentido.
Todo esto, cuando se combina con la duda, se hace una mezcla muy particular, el corazón queda todo como enredado, sin memoria y todo con dudas. Solamente basta una experiencia de Dios fuerte, fundante, para perseverar y sostenerse también en medio de estos embates. Dice Santa Teresa hablando de una experiencia suya donde la esencia del alma ha sido marcada por la presencia del Dios vivo: “No se me olvidará aunque quiera esta gracia recibida”.
Por eso, en medio de las crisis, hay que buscar en la memoria si existió esa experiencia de gracia. Por eso es recomendable, cuando hagamos los ejercicios de Ignacio, llevar nuestro cuaderno y anotar las gracias que vamos recibiendo, porque cuando nos olvidamos, volver sobre ellas es como cuando se nos apaga el fuego y al hacerle un poquito de viento y comienza a arder de nuevo, vuelve a recuperar el alma su fuerza. Es que Dios no se muda, dice Santa Teresa, Dios permanece, Dios queda, Dios es fiel.
Ernesto Sábato, en otro contexto, decía: el hombre sin memoria es una hoja de otoño a la deriva del viento, es como un barco sin rumbo. En el pasado de alguna manera, marcado ya por Dios, están las claves de la brújula que nos conduce hacia el futuro. El mal espíritu lo que busca es enfatizar lo malo en el pasado y minimizar lo bueno, caricaturizar la realidad. Es un payaso, es un embaucador, es un mentiroso y nosotros, al ponerlo al descubierto no hacemos más que, con mucha sencillez, confiando en la bondad de Dios, desarticular sus estrategias para liberarnos y recorrer un nuevo camino.
Tentación y ansiedad
Se da en la tentación una búsqueda ansiosa de alguien o de algo que nos rescate, solemos decir estamos como a manotazos de ahogado o de locos. Mucha angustia por querer salir de la situación de tentación. Atenta contra la paciencia, busca desestabilizar emocionalmente el tentador. Tenemos la sensación de que ninguna cosa nos ayuda. Todo se lo vive como si se volviera en contra, como si fuera un enemigo de varios rostros, como una legión a veces de acciones contrarias.
El sacerdote chileno Alberto Hurtado, santo, en su experiencia en Europa, cuando está experimentando el llamado a esta obra grande del Hogar de Cristo, dice describiendo lo que pasa por su corazón cuando no se entiende, posiblemente ni el mismo entendiera lo que estaba pasando, “Tengo la sensación que todos los diablos están contra mí”. Esta impresión de que todo está en contra. Pero a veces, yendo por la vida como se tiene que ir nomás, es como si hubieran cambiado la flecha de dirección de la calle sin avisar y de repente todos los autos se vienen de frente, así hace el mal espíritu, viene a veces violenta y multitudinariamente a atentar contra nosotros. Entonces surge el mutismo, el sentir que nada ni nadie nos ayuda, que de aquella no salimos, que estamos hasta las manos, que no vamos a salir adelante.
Por otra parte no muestra el rostro y dice: ni abras la boca, ni grites, te amordaza. Ignacio dice que es como un vano enamorado que busca no decir el secreto, no contar, porque si se entera el dueño de la esposa “cobra”. Entonces hace así con nosotros y nos invita al silencio porque si denunciamos su estrategia y su mala intención quedaremos al descubierto.
Con el solo hecho de abrir la boca, de gritar, de contar, de decir la tentación o con el consejo bueno de una persona que discierne, basta para desarmar y desvanecer lo que aparentemente era algo tremendo. Es como cuando en esas tormentas de verano de repente en el medio de todos los rayos, el viento, el sacudón de la naturaleza, comienza a soplar una brisa suave, sale el sol y de repente todo se fue. Así el buen espíritu, con su suavidad, con su presencia, va limpiando las nubes que atentan contra nosotros.
Las crisis, muchas veces profundas, se solucionan si uno cuenta, habla y se deja ayudar. En otras basta una pequeña crisis pero cerrada y enmudecida, sin abrir el corazón, para que comience la debacle de la vida. La tentación es progresiva en el deterioro y homicida en la intención. No empieza fuertemente, empieza levemente y se hace fuerte. Ignacio dice que hay que frenar su acción apenas comienza y uno detectar a donde va su intención.
La tentación se vence enfrentándola desde el inicio sino es como una bola de nieve que comienza chiquito y después se agranda. Los monjes medievales tenían esta expresión que dice que a los enemigos es mejor matarlos de recién nacidos, antes de que crezcan. Hablamos de enemigos espíritus, no de personas, sino de los malos pensamientos, las malas inclinaciones, Las personas, en la vida espiritual crecemos si conocemos las tentaciones y las vamos venciendo apenas aparecen, apenas nacen. Muchas veces, a partir de una falsa razón inicial, como una primera y sutil trampa se llega a la conclusión falsa que todo lo debilita a partir de prejuicios, de espíritu de sospecha, de mirar de reojo, de no creer lo que el otro dice. No olvidemos que el mal espíritu es homicida, va argumentando en argumentos iniciales con una razón pequeña pero termina aniquilando las elecciones de estados de vida.
Luchar contra la desolación
Ignacio pone primero, ante la desolación, la paciencia. Ni si quiera tener paciencia, sino estar en paciencia, que implica un estado. El desolado siente la ausencia de Dios que aparentemente se nos durmió en la barca o no nos escucha, por lo que estar en paciencia es importante. Después la humildad como arma, la tierra desconocida por el mal espíritu que es sobervio. Cuando frente a las dificultades, las desolaciones o pruebas, nos ponemos en autosufiencientes u orgullosos, entramos en el terreno de la sobervia donde el mal es más fuerte que nosotros.
La humildad se manifiesta en dos gestos. Primero en rezar: el humilde reza, en cambio el soberbio no reza porque supuestamente no necesita nada. Cuando uno está desolado, Ignacio recomienda rezar un poquito más, y “no sólo para resistir sino para vencer”. Uno ofrece esos 5 minutos de más, que parecen eternos, como ofrenda.
La segunda cosa en la que se manifiesta la humildad es el pedir ayuda. Ignacio dice que el mal espíritu busca silenciarnos, pasar encubierto, e intenta que el tentado no hable con aquellos que lo pueden ayudar. Ignacio tiene una regla de oro: en tiempos de desolación nunca hacer mudanza. Implica no cambiar los propósitos, sobretodos los grandes, los de estados de vida, decisiones tomadas. Y por otro lado, Ignacio recomienda mudarse mucho contra la tentación. Por ejemplo, si cuando estoy desolado tiendo a tirarme y no rezar, hacer lo contrario, rezo más; si me encierra en mi cuarto, entonces salir y encontrarme con la gente.
Además también hacer de mis tentaciones materia de oración, contarle al Señor lo que estamos viviendo y lo que nos está pasando.
También ayuda el recurso de la memoria. Cuando uno está tentado o desolado, sea cual sea la materia, por un lado golpea la unidad y por el otro la baja de energía y la separatividad, hay como un tironeo interior hacia ambos lados, es la señal inequívoca de nuestro libre albedrío. Elegir en consciencia es siempre elegir la voz del alma.
Namaste
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