V.A. Canal Sigma
La Magia creativa con los misterios
iniciáticos, tal como han sido ocultamente revelados por la iglesia cristiana y
tomando como figura central y principal intérprete de los mismos a la
personalidad psicológica y dramática del Cristo eclesiástico, quien, en
nuestros estudios esotéricos es la representación genuina del sagrado Verbo,
del sonido cósmico O.M., del cual se origina toda la cadena de misterios
universales y toda posible creación o expresión mágica de la Vida del Creador.
El sonido O.M. define a la Entidad
crística durante el proceso larguísimo de la evolución universal de la Vida
dentro de cualquier tipo de forma y lo que trataremos de expresar en nuestro enlace
de hoy es la evolución del Alma o conciencia individual del “Yo” por medio de
los atributos objetivos de la forma dentro de la cual se halla contenido.
Iniciaremos así un mágico tendido entre
cada tipo de conciencia en proceso de evolución y su correspondiente atributo
de forma, reconociendo que vida, cualidad y apariencia, o Espíritu, Alma y
Cuerpo son los tres aspectos fundamentales implícitos en el proceso evolutivo a
que da lugar la Magia organizada realizada por la Divinidad en el interior del
círculo “no-se-pasa” del Universo. Ya no se trata ahora, sin embargo, de
analizar el proceso de construcción tal como analizábamos en nuestras
conversaciones anteriores, sino del de la purificación de las formas
construidas, en un sagrado intento que forma parte de la Magia del Creador, de
enaltecerlas, de sutilizarlas, de ennoblecerlas y de purificarlas
preparándolas, en fin, para que la Vida de la Divinidad pueda utilizarlas como
adecuados vehículos de los sublimes Arquetipos ideados en la profundidad de Su
infinita e indescriptible Mente.
Tales Arquetipos de perfección se hallan
implícitos en cada uno de los Misterios esotéricos del Cristianismo, desde el
que se inicia con el nacimiento del niño Cristo en la mística Cueva de Belén
hasta el de la consumación del Sacrificio liberador que tiene lugar en el Monte
Calvario y en los procesos posteriores de la Resurrección y de la Ascensión al
Reino de los Cielos. Estos Misterios deben ser considerados actualmente con un
nuevo tipo de visión poniendo más énfasis en las actitudes psicológicas del
Maestro Jesús, que simboliza al ser humano, que en las incidencias históricas
cuyas imágenes han llegado a nosotros muy deformadas por los convencionalismos
y tradiciones religiosas, la creación como lo ha dicho en reiteradas
oportunidades el propio Maestro, de un figura eclesiástica de Jesús, lejos de
la imagen real de un hombre encarnado canal o materia de la divinidad.
Pero no cambiaremos la visión de la trama
creada, más bien centrémonos en ella desde el nuevo estado de consciencia y
desarrollemos la visión así del proceso de Jesús, el hombre, inmerso en un
ambiente social lleno de contradicciones como correspondiente al de la
evolución de cualquier ser humano, desde que “nace” a la vida de la conciencia
psicológica como un alma en encarnación en el Belén de su cuerpo, hasta que
muere en la Cruz de cualquier dificultad en el Monte Calvario de sus múltiples
y continuadas pruebas y sufrimientos kármicos.
Cada uno de los cinco Misterios
cristianos que hemos tomado como base de nuestro enlace de hoy, es decir, el
Nacimiento, Bautismo, Transfiguración, Pasión y Muerte y Resurrección, están
presentes en todas y cada una de las fases de la vida psicológica humana
constituyendo las fronteras entre diversos e innumerables tipos de evolución,
así como Notas cada vez más vibrantes del O.M. solar desde que inicia su
recorrido kármico a partir del sonido A.U.M., o sonido constructor de los
vehículos de forma que deben utilizar las almas de los seres humanos, hasta que
su sonido se ha hecho tan agudo, penetrante e insistente que ha logrado atraer
la atención del gran sonido O.M. o Verbo original que sólo la Divinidad o la
potencia mística del Espíritu son capaces de emitir o proyectar en los éteres
universales o planetarios.
- EL CUERPO DE MISTERIOS DE LA IGLESIA
CRISTIANA
En el Misterio del Nacimiento, como
semilla universal de una serie infinita de acontecimientos inmateriales que
irán produciéndose en la vida del hombre histórico representado por el Maestro
Jesús, se hallan presentes todos los Reinos conocidos de la Naturaleza: el
Reino mineral ofrece la Cueva del Nacimiento, el Reino vegetal los leños del
pesebre y la paja que abrigará el cuerpo desnudo del infante recién nacido, el
Reino animal la tradicional pareja de animales, el buey y la vaca, el Reino
humano a José y María, estando representado el Quinto reino por el Cristo
recién nacido que simboliza al alma humana.
Coincidiendo con este Misterio se produce
un hecho esencial, al cual no se le ha asignado quizás el debido valor
esotérico, reconocido en la simbología cristiana como “la Adoración de los
Reyes Magos”, el cual constituye un auténtico perfil del gran proceso místico
del ser humano en el drama psicológico de la evolución histórica de su vida.
Analizando muy crítica y analíticamente a
cada uno de los tres Reyes Magos (recuérdese que Magia regula el proceso
creador de las Formas) vemos que sus ofrendas al niño Dios son símbolos
perfectos de sus propias e íntimas naturalezas, es decir, que el oro, el
incienso y la mirra, cuyos valores o atributos químicos representan determinada
cualidad psicológica del Alma humana y determinan la creación de los cuerpos
mental, emocional y físico, siendo Gaspar, Melchor y Baltasar tras
poderosísimas Entidades Dévicas, incomprensibles todavía para nuestra limitada
inteligencia, que llevaban a cabo la evolución de los tres grandes Reinos de la
Naturaleza que preceden al Reino humano en el proceso de la evolución
planetaria, es decir, el mineral, el vegetal y el animal. En el centro simbólico
del Drama psicológico del Nacimiento en la Cueva mística de Belén se halla el
Cristo recién nacido, el alma humana, una chispa indescriptible de la Divinidad
que ha creado su inmaculado cuerpo con los dones u ofrendas de cada uno de los
Reyes Magos.
Viene después el Misterio del Bautismo,
otro aspecto sagrado en la vida de la Naturaleza, dentro del cual el aspecto
espiritual o alma humana se introduce en el Cáliz u ofrenda de los Reyes Magos
al infante recién nacido en la Cueva de Belén. Este Misterio viene representado
por la introducción de la Superalma universal, simbolizada por Cristo, en el
Cáliz o Tabernáculo ofrecido por el Maestro Jesús en el Drama místico conocido
como “El Bautismo en el Jordán”. Las aguas del río contienen el secreto de este
Misterio, tan poco conocido en sus implicaciones esotéricas por los fieles de
la Iglesia cristiana, pero que tiene que ver con la posesión por parte de
Cristo del Cuerpo inmaculado del Maestro Jesús, Quien, desde la edad de once
años en que le vemos en el Templo platicando con los Doctores de la Ley (el
concepto intelectual y dogmático de la religión) hasta los treinta años de su
vida física, ha estado preparándose para esta fase obligada de purificación de
su Cáliz, o triple Cuerpo, para que pueda ser tomado o habitado por el Verbo
solar, o Cristo.
Estos diecinueve años en la vida del
Maestro Jesús, de los cuales nada se nos dice en el Nuevo Testamento ni en los
Evangelios, constituyen para el investigador esotérico el punto de referencia
mágico de aquello que en la propia terminología cristiana se denomina “el
Sendero del Discipulado”.
En tal obligado período de necesaria
preparación el cuerpo físico, el vehículo emocional y la mente son purificados
al máximo por Jesús, el hombre, hasta que en su interdependencia constituyen
una integración vital y un perfecto equilibrio que permiten que el A.U.M., o
sustancia material que representan, emita el O.M. de invocación espiritual que
“a los finos y apercibidos oídos de los grandes Promotores de la evolución
planetaria”, les da la inequívoca seguridad de que el Cáliz se halla
convenientemente preparado para la recepción del Verbo. Y entonces, tal como se
halla escrito en los anales misteriosos del tiempo, “…EL VERBO SE HIZO CARNE”.
El vehículo sagrado ofrecido por el Maestro Jesús es tomado por el Cristo y durante
tres años, llenos de simbolismo esotérico, espiritual y místico, así como de
dramatización psicológica, Cristo, el Avatar que la humanidad esperaba “desde
los tiempos de Elías”, recorre el mundo dispensando a Su paso los dones del
Espíritu Santo y los Tesoros de la Gracia no como entidad espiritual o fuego
sagrado, sino en las sandalias de un hombre mortal que camina por el mundo y
que es su manifestador viviente. Manifestador es la forma de canal más elevado
al tratarse de una integración absoluta de la entidad espiritual y la materia
humana, abarcando cada espacio de esta, cada rincón de su psicología, de su
intelecto y de su emocionalidad. Sabemos que no siempre Jesús era Cristo. Sin
embargo ambas entidades, un alma humana por un lado, y un alma divina por el
otro, se fusionaban en un solo cuerpo, mente y espíritu, lo que la iglesia
llama la consustanciación de la carne (pan) y el vino (OM) en la hostia,
unificadas por el agua (bautismo, consagración que unifica ambas energías
integrándolas en una sola).
Este es un Misterio que la iglesia
cristiana ha tratado de ‘imitar” ya que no de “explicar”, mediante el bautismo
simbólico del ser nacido a la sombra de sus estructuras religiosas, pero hay
que tener en cuenta lo que decía Juan, el Bautista, que según las Escrituras
fue el Hierofante mediador en esta sagrada iniciación o Misterio del Bautismo
en el Jordán... “Yo os bautizo con Agua, pero el que vendrá después de mí os
bautizará con Fuego”, mostrando en tales misteriosas palabras los pasos
obligados de Cristo y los de toda alma plenamente identificada con el Sendero
espiritual a la búsqueda del Arquetipo mental de la propia e individual
perfección. Me refiero concretamente al Misterio de la Transfiguración el cual,
desde el ángulo profundamente esotérico, constituye una meta muy clara y
definida en la vida del Iniciado por cuanto le permite ascender al “Monte
Tabor” de su conciencia y plenamente despierto en la vida espiritual, puede
contemplar desde allí a sus tres cuerpos, vencidos y sojuzgados, es decir y
recurriendo de nuevo a la simbología, a las ofrendas de Gaspar, Melchor y
Baltasar y reconocer dentro de sí mismo, en lo profundo del corazón, aquella
primera gran síntesis de poder espiritual que en los lenguajes del Misterio se
denomina Transfiguración.
En tal Misterio se refunden los dos
anteriores del Nacimiento y del Bautismo. La mirra de Baltasar, el oro de
Melchor y el incienso de Gaspar le ofrecieron un triple cuerpo al alma humana,
cuya representación psicológica es Cristo. El Reino mineral, como elemento de
transmutación ofreció la Cueva, símbolo del cuerpo físico, siendo el drama del
Nacimiento su expresión objetiva. El Reino vegetal ofreció el Agua de Vida que
permite que la simiente del hombre germine, crezca y se expansione en el mundo
emocional y después de este Misterio la Luz y el Fuego realizan su obra
transfigurando aquello que en el Reino vegetal fue un trabajo permanente de
“transfusión”, convirtiendo la radioactividad, la más elevada expresión
alquímica del Reino mineral en la Savia, o agua de vida del Reino vegetal que
va ascendiendo hasta culminar en forma de energía nerviosa en el Reino animal,
el cual, en este sagrado Misterio viene representado por los tres discípulos,
cuyos cuerpos están dormidos en tanto que el Iniciado recibe la gloria de la
Transfiguración.
Cristo, el gran Iniciado, radiante y
transfigurado contempla desde el Monte Tabor de su conciencia en donde ha
logrado ascender como el Agua se convierte en Fuego, de la misma manera que en
el Misterio anterior del Bautismo veía cómo la tierra de su cuerpo físico era
fertilizada por las aguas del cuerpo emocional plenamente purificado,
permitiendo así la progresión del triple sonido mágico A.U.M., representativo
de los tres vehículos periódicos o kármicos de la personalidad humana, es
decir, que el cuerpo físico, la sensibilidad emocional y el vehículo mental han
llegado a un estado tal de integración y equilibrio que el “fuego” de la
resolución espiritual ha permitido aquel estado de integración que ha
posibilitado el Misterio de la Transfiguración causal que abre el camino del
siguiente gran Misterio al cual accederá inevitablemente el alma humana, el
Cristo transfigurado, Señor absoluto de sus vehículos de expresión o del Cáliz
preparado por la actividad, el esfuerzo y el sacrificio del discípulo Jesús,
símbolo perpetuo de la aspiración espiritual, individual y universal.
Después de esta obligada Transfiguración
el Yo interno está preparado para dar el siguiente paso, es decir, el Drama de
la Pasión y Muerte, el cual se inicia en el Huerto de Getsemaní en donde el
Cristo enfrenta la prueba del Cáliz supremo al cual debe renunciar para
siempre, siendo este Cáliz no sólo una expresión de la vida en los tres mundos,
un resultado de la actividad mágica del A.U.M., sino también el Tabernáculo
sagrado o “Cuerpo de Luz” al que se refiere Pablo de Tarso, “el cual no ha sido
construido por las manos de los hombres” sino por los sutilísimos devas
AGNISHVATTAS de la más elevada integración y belleza. Cuando Cristo,
representando el alma humana, pronuncia aquellas palabras encarnantes del más
profundo sentimiento de soledad y de agonía: “Padre, aparta de Mí este Cáliz de
Amargura”, enlaza de hecho el Cielo y la Tierra y allí, en la soledad infinita
de aquel divino Huerto, tiende por vez primera en el devenir histórico y
evolutivo de la raza de los hombres, un Antakarana, un camino de Luz y de
Resolución que enlazará para siempre el centro planetario de la Humanidad con
SHAMBALLA, el Centro en donde la Voluntad de Dios es conocida.
Y Así Es...
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